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Miranda, Febrero 7 de 2009

jueves, 31 de julio de 2008

EL GRITO

Siempre había tenido envidia de aquellas parejas que se conocen desde jóvenes y llegan a casarse. Conmigo nunca sucedió lo mismo, con ninguna conseguía unir amor con buen sexo. Bueno, hasta que la conocí. Fue en la biblioteca del colegio donde la vi, tenia un vestido rosado, parecía que se hubiera colocado encima solo un velo, que no cubriera el brutal cuerpo, era delgada como una hindú, de senos pequeños que se le veían a través de su escote y que siempre se miraban porque nunca uso brasier. Tenía nalgas suaves, caderas de bailarina árabe con su piel trigueña donde sus poros hacían el amor con el aire, en esa alegría de mujer del trópico, con unos ojazos negros de mirada enigmática y el pelo largo hasta la cintura. Quede extasiado con esa mujer igual que todos los demás chicos del colegio. Pero no lo sé a mi me miraba diferente, un día cuando notó que miraba sus senos dijo: ¡ quieres probar mi lápiz labial !, sin esperar respuesta con su dedo se acarició un pezón, luego se lo llevo a su boca lo unto de labial y terminó metiendo su dedo en la mía. Eso sólo fue el principio, más tarde cuando me llevo a su apartamento, en su pieza con una ventanita por donde entraba la luz de la luna, se fue desnudando frente a ella, exclamo ¡no me mires! mira hacia el espejo, entonces se despojo de sus largas medias, del liguero azul que después me regalo como amuleto, de su tanga negra con una mancha blanca en un costado, que afirme que parecía una araña y así su sexo quedo bautizado. Luego la mire, temblaba. Se acerco, coloco mi mano en su vientre, la semioscuridad hacía brillar su piel, empecé a quitar su blusa transparente, mientras mis labios acariciaban sus senos y subía mi lengua a besar su cuello, entonces ella cerro sus ojos, dejo caerse en el suelo, arqueo su cuerpo con la cabeza hacia atrás susurrándome ¡tómame! al momento su cuerpo se expandía abriendo sus piernas. Luego nos poseíamos, nuestro sudor se cristalizo en la ventanita, sus gotas de tigresa del amor las lamía de su ombligo, mientras ella hacía lo mismo de mi pecho.

Ese amor de dolor que teníamos, porque nos dolía cuando nos separábamos, ella en su trabajo, yo en mi estudio. Un lunes por la tarde había ido a buscarla, ese día me tocaba escoger el sitio, lo haríamos en un faro. Había otra chica en su lugar, me entrego una nota: estación del tren, 10 para las 6. Cuando la observe a lo lejos subiendo al tranvía, me destrozo el corazón. Mientras un chico le ayudaba a subir las maletas, ella coqueta le agradeció el gesto, acariciándole el rostro con su guante negro que tantas veces acaricio mi...

Y se vuelve a oír el grito agónico de placer inimaginable, que hace que todos los loquitos no se duerman hasta oír ese grito liberador, esa angustia de placer. Dicen los enfermeros que es la sexta vez que intenta suicidarse, pero que la gracia consiste en llegar hasta lo más cerca de la muerte, casi como teniendo un orgasmo con ella, porque allí en ese éxtasis encuentra su amada, la diosa que se fue hacia el sur, a calentarlo todo como dice mi paciente.

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