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Dia del Periodista

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Miranda, Febrero 7 de 2009

martes, 17 de noviembre de 2009

FEBRERO
El Abraso del Silencio
Todo empezó con el sueño de Camila, ella dormía en su quintaesencia y se vio en un claustro con arcos altos y balcones en sus ventanas, cual museo que recoge la historia de inquisidores, de actos de rebelión indígena, donde la silla de madera tenía la talla de la rana que canta en la laguna; tiempo seguido su vestido blanco lo alzaba el viento y al bajar las manos para cubrirse se vio en arena marina, blanca y fresca, justo cuando el sol se ponía, al subir la mirada estaba en una plaza de toros o un antiguo coliseo, sin ruido y sin sacrificio, y pensaba en él sin raza, sin ciudadanía, su corazón lo reclamaba como la voz de la sangre de Abel que imploró a Dios justicia. En la boca tuvo esa benigna sed que hace sentir de dentro a afuera, de afuera a dentro como un remolino. Al levantarse pensó que era una espiral inconclusa, en algún lugar la justicia del alma y del cuerpo le esperaba, tras los bastidores de un teatro, detrás del muro que abrasa el silencio donde los besos relampaguean.

Camila buscaba trabajo por un corto período con el fin de irse a un Festival de arte del pueblo de sus abuelos, que por mucho tiempo quiso conocer y ahorro peso tras peso para ir allá, ahora para no quedarse sin cinco necesitaba trabajar al menos tres meses y muy oportuna la vecina María Juana le recomendó hacer una labor de oficina en la empresa donde trabajaba Julieta su hija.
Volvió a la realidad; revisar documentos, escribir con rapidez, buscaba datos como si se tratara de la guaca que escondieron bajo el árbol frondoso en un húmedo bosque, armaba collares de números hasta que los ojos se le volvieran chiquitos. Un tanto de fatigas, llegaba a casa a las nueve de la noche a leer poemas, acompañada de un jugo o un vaso de leche. Jugaba a ensoñar cada mañana con él que estaba tras ese muro absorto, ella estiraba los brazos en el intento de hallarlo cual aguacero que la empara de fuerza para emprender la marcha.

Él es un guijarro con las vetas características de su infancia; de trabajos forzados, su textura lisa, frágil y fuerte, a la misma vez que hermoso, su hermosura no es de aquellas de revista, su belleza está en sus manos laboriosas, en su almizcle de viajero, en su sosiego que calla penas hondas. No supe su nombre, ni su raza, bien pudiera ser un árabe por su nariz ancha, o un egipcio nieto de Agar, o perteneciente a una de las doce tribus que halaba bloques de piedras para construir ciudades amuralladas igual que esclavos, o el hijo negro de Noé. Él digamos, el Mestizo decidió tomar un descanso de su exceso de trabajo, casi era una huida, dijo visitaría a parientes por toda la región del este y atravesaría el desierto en nueve días, que resultaron en dos porque estaba acostumbrado a un ritmo acelerado como máquina robótica o uno de esos arquetipos que procesan datos.

A Camila se le llegó la hora del viaje, en esos trayectos hacia la cultura, ella siente las ansias por el asombro, porque ubica un objeto de su deseo que la maravilla, sus ojos perspicaces saben de la sal que se pega en los billetes, en los papeles, el toque justo de la sal en la sopa, en la ensalada, lo salobre cuando se prende el fuego, y de la miel. ¡Oh¡ ¡la miel! que se escurre entre los dedos, la miel que sana los labios intensos, la miel con las frutas, la del cuero del tambor y del dolor y el olor dulzón de los muertos. El Mestizo también sabe del arcoiris, de la esperanza de la piel vencida que encierran los lienzos, los libros, las sombras que bailan, el eco en lo alto de la montaña con su voz en cuello que te vuelve filigrana.

Él sin saber a donde ir, porque las visitas le fueron breves, al ver a sus familiares con tantas necesidades, les dejó una pequeña contribución y se fue. Ahora cargaba una tula de pretensiones que tiritan y caminan cual procesión de hormigas con sus hojas verdes. Dudaba si ir al pueblo que circunda la sierra o regresar a casa. Tomó el tren, ya caída la noche se durmieron las ansias con él, ahora soñaba que compartía una cama desconocida con una mujer, ambos estaban acostados y eran medidos por unas manos de costurera quien les dijo: son iguales señalando su pecho, son iguales señalando su vientre. En el sueño no había rostros ni dedos de los pies. Llegada la mañana él decidió arribar al pueblo de Taua* con callejones empedrados, allí las casas están pintadas de colores vibrantes, los balcones cuentan lamentos y hablan de besos de mil setecientos.

La noche anterior Camila se instaló en un hostal con arcos y balcones, salió a recorrer las calles y se sintió feliz al ver la algarabía de gentes de todo el mundo, con la frescura particular de la arena en los pies, de las olas mojando la calma.

Esa mañana fue después del desayuno que casi no digiere porque algo le faltaba, dijo un sortilegio con los ojos cerrados y en voz alta: cuando salga a la puerta espero llegues mariposa que me embriagas. Con el agite de un colibrí se asomó a la puerta y el Mestizo se aproximaba con su maleta. Se reconocieron con la mirada, los abrasó el silencio cuando se tocaron; fueron una pluma suspendida en el aire, una gota de agua, desde entonces parece que nada les falta.

¿Lo ven? Ahí viene el niño dando saltos de dicha, con sus pequeñas manos va a tocar la flauta.

Carolina Varela López.

El Recuerdo de tu Aroma
Nos habíamos quedado sentadas en silencio mirando por la pequeña ventana, de la humilde casa, ambas oteábamos el horizonte extasiadas en el cielo naranja que le decía adiós al día y llamaba a las estrellas para que lo tapizaran, yo de vez en cuando la observaba, repasaba su semblante, como sus pequeñas manos estrujaban las puntas de la cinta que adornaban un tarro, cuya última función había sido contener galletas de la navidad pasada, ahora se encontraba adornado con una hermosa cinta naranja ,había sido atada con mucho cuidado como si no quisiera dejar escapar lo que su interior atesoraba y cerrado de tal manera que nunca permitiría salir su esencia so pena de perder un tesoro invaluable.

Cuando ella retornó de sus cavilaciones me preguntó si yo sabía cómo se había conocido con el amor que le había iluminado la vida y que al parecer le acompañaría por la eternidad, con la cabeza le indiqué mi negativa, una gran sonrisa iluminó su rostro, su ojos rasgados brillaron y comenzó a contarme que en una tarde hermosa como aquella que contemplábamos, cuando la brisa te mece el cabello, alborota el amor y el sol te besa la piel, ella caminaba apuradamente como era su costumbre, en una esquina de la plaza universitaria un grupo de chicos compartían el espacio con las palomas que picoteaban el maíz regalado por un anciano y un niño que lo esparcían con el cuidado de quien esparce pétalos de rosa para su amada, como ella estaba en la edad que las hormonas te hacen soñar, no pudo dejar de mirar al grupo y entre ellos lo observó, ahí estaba él con su hermosa sonrisa , su piel trigueña y sus ojos que de manera tímida le siguieron los pasos hasta que volteo en la esquina.

Esa noche no pudo dormir ella pensó que era por el calor pero luego se dio cuenta que estaba pensando en el chico de la plaza, así que al día siguiente decidió que ese sería su camino porque tal vez en algún momento se podrían hablar, se apresuró a llegar, pero él no estaba, lo buscó en vano y lanzó un profundo suspiro antes de continuar su camino , continuo distraída iba mirando hacia atrás, cuando al voltear de la esquina se lo encontró fue tal la sorpresa que soltó cuanto llevaba en sus manos, él amablemente se ofreció a recogerlos.

Caminaron juntos hasta la casa él hablaba con mucha timidez pero con decisión, se llamaba Orlando, había venido del campo a estudiar en la Universidad, quería ser ingeniero pero también quería conocer amigas y tener un buen amor.... , a ese día le sucedieron muchos de ir y venir, de sonreír, compartir un helado, mirar la luna, amarse tanto hasta compartir su vida.

No quería recordar los momentos de enojo, ni cuando habían estado distanciados por culpa de ese carácter endemoniado que ella ostentaba y los largos silencios de él, yo le interrumpí preguntándole sino era más fácil olvidarlo si revivía los malos recuerdos, ella me contestó que no ,porque solo el amor y los recuerdos de los momentos más hermosos vividos a su lado así como la presencia de sus hijos eran lo único que le mitigaban el enorme dolor que le apretaba el pecho, aquel que ahogaba sus lágrimas y le confundía el pensamiento, aquel que le quitaba el sueño, por no saber dónde estaba Orlando, ni quien se lo había llevado, no saber si algún día volvería.

Me contó que contemplaba por largos ratos su fotografía, pensando que en algún momento él saldría y la abrazaría para nunca más volverse a ir, con lágrimas en los ojos tarareo la canción que el pequeño Nicolás cantaba todas las tardes en el quicio de la puerta, donde esperaba a su papá, él iba a regresar y no quería estar distraído cuando eso ocurriera porque él lo abrazaría de primerito, antes que sus hermanos , para que supiera cuanto lo habían extrañado, cuanto lo amaban y cuán grande era su ausencia.

Entonces me preguntó si yo había perdido un gran amor, si me dolía el corazón que a todas cuentas aún no sabía si era músculo o alma, si cuando pronunciaba el nombre de aquel ser amado sentía mariposas en el estómago como la primera vez que lo había visto...yo le dije que si, pero que de vez en cuando hablábamos, me dijo afortunada tú, porque yo guardo en éste tarro el aroma de la casa el último día que Orlando estuvo aquí, creo que también esta su sonrisa y el beso que nos dio cuando se despidió y solo lo voy a abrir el día que él regrese y pueda otra vez tener su aroma.... sino será el día que muera para que me acompañe por siempre... y añadió cuán cierto es lo que canta Rubén Blades “ como se le habla al desaparecido , con la emoción apretando por dentro y cuando vuelve el desaparecido, cada vez que lo trae el pensamiento”

María del Socorro Idrobo Mondragón

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