¿Alberto, quien fuiste?
A Alberto lo conocí cuando estaba en kínder como a la edad de cinco años… o al menos eso creo… lo que recuerdo es que cuando yo entré a transición él entró a estudiar al colegio, así que yo debía estar en kínder cuando lo conocí. Recuerdo que fuimos compañeros de guardería durante un tiempo, supongo que por lo menos durante un año por eso digo que lo conocí en kínder pero no puedo hablar con certeza, hay algo de neblina en mis recuerdos de aquellos años.
Por más que busco en mi memoria fragmentos de momentos que los dos hayamos compartido en aquel pequeño paraíso, no logro encontrar ni una sola anécdota para contarles sobre las experiencias que vivimos cuando estuvimos juntos en la guardería. Solo se que debió de ser un niño especial porque lo extrañé durante toda la transición. Una vez le pregunté a la directora por qué Alberto no había vuelto a ir a la guardería y ella me dijo que él ya era un niño grande y debía ir al colegio, así que me quedé inmóvil, escaleras arriba, callada, sosteniendo esa respuesta en mi cabeza como si llevara el mundo encima, ¿qué podría significar eso?
Recuerdo que pasaron los días y yo continuaba yendo al jardín infantil. Solía ser muy juiciosa con mis estudios y jugar con todos mis compañeros, pero cuando ponían a dormir a los más pequeños, yo me quedaba despierta y me asomaba por la ventana del segundo piso para mirar hacia la calle, tal vez buscándolo, tal vez recordándolo… recuerdo haber mirado muchas veces a través de esa ventana y recuerdo que llegué a pensar con nostalgia que nunca lo volvería a ver... estaba convencida de que ese colegio estaba lejísimos… sí… debía estarlo… porque Alberto no había vuelto a la guardería a visitar a sus profesores ni amigos.
Pasó ese largo año y llegó mi momento de abandonar el jardín infantil, pues yo ya era muy grande y debía entrar a estudiar a uno de los muchísimos colegios que había en la ciudad. Llegó el día de ir a colegio, mi salón era 1B y mi uniforme era un espantoso gris con blanco a cuadros que no me lucía en lo más mínimo; no me preguntes por qué llegué a detestar tanto ese uniforme, solo te puedo confesar que aún hoy en día, tengo pesadillas donde me llaman del colegio a decir que debo recuperar algunas materias que aparecen como reprobadas y debo ir vestida con el uniforme del colegio.
Aquella mañana salí a las 6:15 de mi casa y me dirigí, acompañada de mi empleada del servicio, al paradero de buses, el cual quedaba a una media cuadra de mi casa. Llegué tempano, hacía frío, estaba nublado, muy nublado cuando de pronto lo vi nuevamente, estaba en el paradero junto con su hermana, él estaba vestido con un jean azul y un saco gris oscuro y ella con la misma jardinera de mi colegio… estábamos inscritos en el mismo colegio y viajábamos en el mismo recorrido. Lo reconocí y el me reconoció, y nos dimos un “hola, que más”, y él me regaló una hermosa sonrisa… si me preguntas que era lo que más me gustaba de Alberto puedo decirte con certeza que era su sonrisa. Alberto vivía a dos cuadras de mi casa, así que durante años viajamos en el mismo recorrido, durante años lo vi a las seis de la mañana en el paradero y durante años él me vio a mí.
Siete años más tarde yo cambié de jornada, pasé de estudiar en la mañana a la jornada de la tarde… desde entonces no nos volvimos a encontrar en el paradero. Hubo veces que lo vi en el barrio, caminando rumbo a algún lugar o llegando de alguna parte, siempre que lo saludaba miraba solo su sonrisa. Como yo era una persona muy tímida, nunca me atreví a decirle lo linda que me parecía… solo se que siempre me gustó verlo sonreír.
La última vez que lo vi fue hace pocos años, yo iba rumbo a un centro comercial, estaba triste porque no había logrado reponerme de una experiencia muy dura que había vivido y me lo encontré de frente, y me impactó… como siempre logró impactarme… sonrió de par en par y me saludó amablemente como de costumbre, trató de hablar conmigo, pero esa vez no quise hablar con él, tan solo volteé a mirar a otro lado y seguí mi camino, quería ocultar mi gran dolor y mi vulnerabilidad.
Después fui yo quien me alejé, me fui a vivir a otra ciudad… ahora sí que estoy muy lejos… no solo en espacio sino en tiempo… Lo extraño es que su recuerdo sigue logrando colarse en mi mente de vez en cuando, y no se porqué… me gustaría recordar que fue aquello que vivimos... debieron ser uno o varios momentos muy especiales, pues mis neuronas o tal vez mi corazón se resisten a olvidarlo…
¿Qué pudo haber hecho un niño de seis años para dejar una marca imperecedera en una niña de cinco años?
Es el misterio de esta anécdota… un niño que nunca me regaló flores, al que nunca le di un beso, con el que no fuimos más que amigos de jugar a “la lleva”, “las escondidas” o “yermis” un par de veces, al que nunca le revelé lo linda que me parecía su sonrisa o su voz, logró dejar su recuerdo en mi mente durante un cuarto de siglo… o más… lo digo porque me atrevería a asegurar que su recuerdo probablemente permanecerá conmigo el resto de mi vida, ya que no ha pasado un año sin que lo recuerde al menos un par de veces, sin que recuerde su sonrisa, sin que imagine como habrá evolucionado su vida, ¿qué habrá estudiado?, ¿será arquitecto?, ¿ingeniero?,economista?... ¿estará casado?, ¿cuántos hijos tendrá?, ¿vivirá aún en el país?
Imagino que esté donde esté es un hombre muy feliz, y no es para menos, con esa sonrisa estoy segura de que fue capaz de conquistar el mundo.
A Alberto lo conocí cuando estaba en kínder como a la edad de cinco años… o al menos eso creo… lo que recuerdo es que cuando yo entré a transición él entró a estudiar al colegio, así que yo debía estar en kínder cuando lo conocí. Recuerdo que fuimos compañeros de guardería durante un tiempo, supongo que por lo menos durante un año por eso digo que lo conocí en kínder pero no puedo hablar con certeza, hay algo de neblina en mis recuerdos de aquellos años.
Por más que busco en mi memoria fragmentos de momentos que los dos hayamos compartido en aquel pequeño paraíso, no logro encontrar ni una sola anécdota para contarles sobre las experiencias que vivimos cuando estuvimos juntos en la guardería. Solo se que debió de ser un niño especial porque lo extrañé durante toda la transición. Una vez le pregunté a la directora por qué Alberto no había vuelto a ir a la guardería y ella me dijo que él ya era un niño grande y debía ir al colegio, así que me quedé inmóvil, escaleras arriba, callada, sosteniendo esa respuesta en mi cabeza como si llevara el mundo encima, ¿qué podría significar eso?
Recuerdo que pasaron los días y yo continuaba yendo al jardín infantil. Solía ser muy juiciosa con mis estudios y jugar con todos mis compañeros, pero cuando ponían a dormir a los más pequeños, yo me quedaba despierta y me asomaba por la ventana del segundo piso para mirar hacia la calle, tal vez buscándolo, tal vez recordándolo… recuerdo haber mirado muchas veces a través de esa ventana y recuerdo que llegué a pensar con nostalgia que nunca lo volvería a ver... estaba convencida de que ese colegio estaba lejísimos… sí… debía estarlo… porque Alberto no había vuelto a la guardería a visitar a sus profesores ni amigos.
Pasó ese largo año y llegó mi momento de abandonar el jardín infantil, pues yo ya era muy grande y debía entrar a estudiar a uno de los muchísimos colegios que había en la ciudad. Llegó el día de ir a colegio, mi salón era 1B y mi uniforme era un espantoso gris con blanco a cuadros que no me lucía en lo más mínimo; no me preguntes por qué llegué a detestar tanto ese uniforme, solo te puedo confesar que aún hoy en día, tengo pesadillas donde me llaman del colegio a decir que debo recuperar algunas materias que aparecen como reprobadas y debo ir vestida con el uniforme del colegio.
Aquella mañana salí a las 6:15 de mi casa y me dirigí, acompañada de mi empleada del servicio, al paradero de buses, el cual quedaba a una media cuadra de mi casa. Llegué tempano, hacía frío, estaba nublado, muy nublado cuando de pronto lo vi nuevamente, estaba en el paradero junto con su hermana, él estaba vestido con un jean azul y un saco gris oscuro y ella con la misma jardinera de mi colegio… estábamos inscritos en el mismo colegio y viajábamos en el mismo recorrido. Lo reconocí y el me reconoció, y nos dimos un “hola, que más”, y él me regaló una hermosa sonrisa… si me preguntas que era lo que más me gustaba de Alberto puedo decirte con certeza que era su sonrisa. Alberto vivía a dos cuadras de mi casa, así que durante años viajamos en el mismo recorrido, durante años lo vi a las seis de la mañana en el paradero y durante años él me vio a mí.
Siete años más tarde yo cambié de jornada, pasé de estudiar en la mañana a la jornada de la tarde… desde entonces no nos volvimos a encontrar en el paradero. Hubo veces que lo vi en el barrio, caminando rumbo a algún lugar o llegando de alguna parte, siempre que lo saludaba miraba solo su sonrisa. Como yo era una persona muy tímida, nunca me atreví a decirle lo linda que me parecía… solo se que siempre me gustó verlo sonreír.
La última vez que lo vi fue hace pocos años, yo iba rumbo a un centro comercial, estaba triste porque no había logrado reponerme de una experiencia muy dura que había vivido y me lo encontré de frente, y me impactó… como siempre logró impactarme… sonrió de par en par y me saludó amablemente como de costumbre, trató de hablar conmigo, pero esa vez no quise hablar con él, tan solo volteé a mirar a otro lado y seguí mi camino, quería ocultar mi gran dolor y mi vulnerabilidad.
Después fui yo quien me alejé, me fui a vivir a otra ciudad… ahora sí que estoy muy lejos… no solo en espacio sino en tiempo… Lo extraño es que su recuerdo sigue logrando colarse en mi mente de vez en cuando, y no se porqué… me gustaría recordar que fue aquello que vivimos... debieron ser uno o varios momentos muy especiales, pues mis neuronas o tal vez mi corazón se resisten a olvidarlo…
¿Qué pudo haber hecho un niño de seis años para dejar una marca imperecedera en una niña de cinco años?
Es el misterio de esta anécdota… un niño que nunca me regaló flores, al que nunca le di un beso, con el que no fuimos más que amigos de jugar a “la lleva”, “las escondidas” o “yermis” un par de veces, al que nunca le revelé lo linda que me parecía su sonrisa o su voz, logró dejar su recuerdo en mi mente durante un cuarto de siglo… o más… lo digo porque me atrevería a asegurar que su recuerdo probablemente permanecerá conmigo el resto de mi vida, ya que no ha pasado un año sin que lo recuerde al menos un par de veces, sin que recuerde su sonrisa, sin que imagine como habrá evolucionado su vida, ¿qué habrá estudiado?, ¿será arquitecto?, ¿ingeniero?,economista?... ¿estará casado?, ¿cuántos hijos tendrá?, ¿vivirá aún en el país?
Imagino que esté donde esté es un hombre muy feliz, y no es para menos, con esa sonrisa estoy segura de que fue capaz de conquistar el mundo.
Adriana Angélica Angarita Martínez
Angela otra vez.
Antes de llegar al Banco, recordó que días atrás; había terminado para siempre su relación con Ángela. Recordar ese hecho lo hizo sentir débil, para darse fuerza a si mismo en ese momento decisivo, creyó que tal vez era cierto, lo que había escuchado la noche anterior en una canción; Que el amor era algo pasado de moda y que la palabra estaba muerta. Creyó que Pensar así, respecto al amor, de pronto ayudaría, para olvidarse de ella más fácil.
Pensó que tal vez era verdad, que el amor estaba perdiendo peso; porque una vez vio en la tv a un hombre vestido de blanco, parado en una tarima que se hallaba ubicada en la mitad de una plaza, el hombre de blanco gritaba a través de un micrófono: QUE EL AMOR ES MAS FUERTE. Mientras las personas que se hallaban abajo ejercían la violencia a gran escala; lastimándose unos a otros. Parece que nadie escuchó las palabras de aquel hombre.
Trató de concentrarse en lo que iba hacer, acomodó su gorra, colocó la mano sobre el revólver que llevaba en la cintura, la moto disminuyó la velocidad, y el Banco del Capital apareció con su opulenta fachada. Afber que manejaba la moto miró a su amigo y a los que venían detrás, de esa forma les comunicó que el momento se aproximaba. Mientras se acercaban al objetivo, el tiempo pareció dilatarse y todo transcurrió de forma más lenta. Así, observó pasar la ciudad ante sus ojos; presenció la miseria espiritual y económica en la que vive la gente, las personas siendo protagonistas de una época egoísta y mezquina, observadores pasivos de un tiempo violento y desalmado. Sonrió de manera irónica al saber que se hallaba inmerso en todo eso.
El Banco fue rodeado por los pistoleros. Bajaron de las motos siendo una inyección de adrenalina para los que estaban presentes en ese lugar. Ángel fue el primero en entrar al Banco, detectó al vigilante más cercano y se dirigió hacia el. Caminando despacio. Sin quererlo el recuerdo de su novia invadió su cabeza con más intensidad, ella siempre había estado en su mente y recordó las tardes de verano que pasaron juntos; las noches de invierno que trató de darle calor, pasando tanto tiempo en contacto con Ángela, que los momentos junto a ella quedaron tatuados en su piel, recordó también la música que hizo que la imagen de ella volviera por etapas, por épocas determinadas.
Ángel sacó el arma; gritos, el vigilante se asusta, todos al piso, la violencia afuera en la ciudad; la violencia afuera en las calles, afuera en el campo, y el amor reprimido en el alma del ser humano. El miedo se apoderó del lugar. En ese instante se le vino a la mente la escena de una película en la cual un hombre, le decía a una mujer que únicamente ella podía salvarlo del mal. Recordó a Ángela y supo que la amaba, que tenía que salir de todo eso, tratar de recuperarla, creer otra vez en el amor, extrañó como nunca antes su sonrisa, la forma como recogía lentamente su cabello con las manos, para atarlo luego con un listón. Entendió que el amor no tiene medida; que no es una palabra muerta, sólo un poco olvidada, y que es lo más fuerte que un hombre puede tener en la vida.
Carlos Andrés Bermúdez Arias
Antes de llegar al Banco, recordó que días atrás; había terminado para siempre su relación con Ángela. Recordar ese hecho lo hizo sentir débil, para darse fuerza a si mismo en ese momento decisivo, creyó que tal vez era cierto, lo que había escuchado la noche anterior en una canción; Que el amor era algo pasado de moda y que la palabra estaba muerta. Creyó que Pensar así, respecto al amor, de pronto ayudaría, para olvidarse de ella más fácil.
Pensó que tal vez era verdad, que el amor estaba perdiendo peso; porque una vez vio en la tv a un hombre vestido de blanco, parado en una tarima que se hallaba ubicada en la mitad de una plaza, el hombre de blanco gritaba a través de un micrófono: QUE EL AMOR ES MAS FUERTE. Mientras las personas que se hallaban abajo ejercían la violencia a gran escala; lastimándose unos a otros. Parece que nadie escuchó las palabras de aquel hombre.
Trató de concentrarse en lo que iba hacer, acomodó su gorra, colocó la mano sobre el revólver que llevaba en la cintura, la moto disminuyó la velocidad, y el Banco del Capital apareció con su opulenta fachada. Afber que manejaba la moto miró a su amigo y a los que venían detrás, de esa forma les comunicó que el momento se aproximaba. Mientras se acercaban al objetivo, el tiempo pareció dilatarse y todo transcurrió de forma más lenta. Así, observó pasar la ciudad ante sus ojos; presenció la miseria espiritual y económica en la que vive la gente, las personas siendo protagonistas de una época egoísta y mezquina, observadores pasivos de un tiempo violento y desalmado. Sonrió de manera irónica al saber que se hallaba inmerso en todo eso.
El Banco fue rodeado por los pistoleros. Bajaron de las motos siendo una inyección de adrenalina para los que estaban presentes en ese lugar. Ángel fue el primero en entrar al Banco, detectó al vigilante más cercano y se dirigió hacia el. Caminando despacio. Sin quererlo el recuerdo de su novia invadió su cabeza con más intensidad, ella siempre había estado en su mente y recordó las tardes de verano que pasaron juntos; las noches de invierno que trató de darle calor, pasando tanto tiempo en contacto con Ángela, que los momentos junto a ella quedaron tatuados en su piel, recordó también la música que hizo que la imagen de ella volviera por etapas, por épocas determinadas.
Ángel sacó el arma; gritos, el vigilante se asusta, todos al piso, la violencia afuera en la ciudad; la violencia afuera en las calles, afuera en el campo, y el amor reprimido en el alma del ser humano. El miedo se apoderó del lugar. En ese instante se le vino a la mente la escena de una película en la cual un hombre, le decía a una mujer que únicamente ella podía salvarlo del mal. Recordó a Ángela y supo que la amaba, que tenía que salir de todo eso, tratar de recuperarla, creer otra vez en el amor, extrañó como nunca antes su sonrisa, la forma como recogía lentamente su cabello con las manos, para atarlo luego con un listón. Entendió que el amor no tiene medida; que no es una palabra muerta, sólo un poco olvidada, y que es lo más fuerte que un hombre puede tener en la vida.
Carlos Andrés Bermúdez Arias
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