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Miranda, Febrero 7 de 2009

martes, 24 de noviembre de 2009

MARZO
PARA TI, LUCIA
Aun puedo recordar el dulce olor de su piel; aun tengo grabado en mis ojos el eterno resplandor de su cabello dorado, en la tarde, cuando el sol estaba a punto de morir, y los últimos rayos se reflejaban en sus ojos cristalinos. No pasa un solo instante en que deje de pensar en ella, era tan joven y tan hermosa; me sentía infinito, mas que el cielo con todas sus estrellas…

Nunca podré olvidar el instante en que la vi por primera vez, fue un fugaz momento que me marco para siempre.

Yo iba caminando, como siempre al mediodía, en el camino de la oficina a la casa, el calor era infernal, y el olor de las frutas maduras que ofrecían las campesinas en la plaza de mercado me envolvía en un aire de ensueño… de repente, sentí los pasos de alguien que corría muy de prisa y una voz que gritaba insistente: ¡Lucia!!!!!

Y fue allí, cuando ella chocó contra mi pecho, sentí cómo el alma se me iba del cuerpo y me cayó como un chorro de agua fría su intensa mirada verde azul… su piel de porcelana, sus labios encendidos y sus mejillas sonrojadas… y su voz, esa voz que me atormenta en noches de desvelo.
- lo siento mucho, iba de afán y no lo alcancé a ver…”- dijo ella un poco nerviosa
Yo me quede allí parado como un tonto, mudo, sin saber que decir; y ella simplemente soltó una carcajada mientras recogía un libro del suelo.
- No te preocupes, no es nada- le conteste mirándola idiotizado.
Pasó un minuto, en que pude admirarla completa; tan alta, tan bella… cuando de pronto llegó su nana un poco agitada, venia persiguiéndola cuatro cuadras atrás, para entregarle la sombrilla, que dejo olvidada en casa.

- ¡Lucía!!!! Un día de estos vas a dejar olvidada tu cabeza, ¡deja ese afán, niña!- le dijo un poco exaltada.

Lucia siguió sonriente y calmada, me dijo adiós con la mano y mientras se alejaba alcancé a escuchar cuando dijo “espero verlo en otro ocasión, sin tanto apuro”, y continuó con su carrera.
Y mientras yo seguí allí, parado, pensando ¡tantas y tantas cosas!, el sacerdote del pueblo me miraba desde el otro lado de la calle y un momento después que ella se fue cruzó la calle con apuro.

- ¡Martín!!! – por fin te encuentro, hace días te estoy buscando, ¿Dónde andas metido?
Creo que notó de inmediato la expresión de mis ojos… y olvidó lo que iba a decirme; por él supe que Lucía era la hija menor del nuevo alcalde y que acababa de cumplir 15 años; y eso me lo dijo con un cierto tono de regaño…

- padre, usted me conoce muy bien y sabe que soy un hombre muy serio- respondí.
- Si señor, tienes toda la razón, pero no te olvides que es una niña. Cuídate mucho muchacho, no te metas en problemas- una vez más, con su habitual tono de sermón.

Supongo que en este caso pudo más el corazón que la razón, en cuestiones de amor, la cabeza es inútil, pues solo hacemos caso a lo que sentimos.

Y así pasaron seis meses, en los que se repetía la misma escena todos los días, a la misma hora; yo caminaba esperando encontrarla y ella corría coqueta para que la viera.
Hasta que una noche, el destino se encargó de juntarnos, hacía mucho calor ese verano, y las noches eran claras y estrelladas. Las muchachas salían con sus amigas, vestidas con alegres flores, y el ambiente se llenaba de olores dulces, pero el más dulce era el de Lucía. No importa cuantos años pasen y cuantos perfumes huela, ninguno se parece al de ella y ninguno me hace sentir lo mismo que ese dulce aroma, a naranjas, a campo, a cielo, a felicidad.

Decidí acercarme a saludarla, y la invité a tomar un helado; conversamos largamente, supe muchas cosas de su vida y ella de la mía, y nos encontramos tan parecidos el uno al otro, que desde ese momento no pudimos separarnos.

Yo la esperaba todos los días para acompañarla al colegio y ella me esperaba fuera de mi oficina para ir a la cafetería de la esquina y después subir a mi balcón a leer y ver el atardecer, abrazados y dichosos. Fuimos tiernos amantes, locos enamorados… no había en todo el universo dos personas mas felices que nosotros dos. Ella me amó con todo su ser y yo le entregué mi vida entera.

Pero Lucía se fue de mi vida en primavera cuando me sentía más enamorado, sin una razón, simplemente con un triste adiós.

Así como si nada, se fue y me dejó el alma destrozada; nunca he podido reponerme de ese duro golpe, ¡Lucía! La luz de mis ojos… se fue para nunca más volver. Siempre pienso en ella, en sus ojos, su piel, sus labios, su voz, su dulzura, sus palabras, su forma de amar…

El tiempo pasó y yo rehice mi vida, me casé con una buena mujer y la he amado todos estos años, no puedo decir que no me volví a enamorar; ella llegó a mi vida y en mí renació la ilusión del amor. Tengo tres hijos maravillosos, que han sido mi alegría y mi orgullo. He tenido suerte en mis negocios y con esfuerzo, he construido mi fortuna; pero todo esto no ha sido suficiente para olvidarla, todavía no entiendo porqué se fue de mi vida.

Hace unos años, después de que mi esposa muriera y mis hijos hicieran su vida lejos de aquí, la nana de Lucía vino a buscarme.
- señor, vengo porque tengo algo muy importante que decirle, espero que me escuche y que sepa comprender porqué he guardado este secreto tanto tiempo, pero es algo que debo contarle para poder morir en paz- me dijo angustiada

Así fue como supe la razón por la que Lucía se fue y porqué nunca volví a saber de ella; sus padres descubrieron que estaba esperando un hijo mío y la mandaron muy lejos del país, para que diera el bebé en adopción, pero cuando la niña nació, Lucía decidió quedarse con ella, sus padres la cuidaron mientras terminó sus estudios en Barcelona y ahora Lucía vive con nuestra hija en un pequeño pueblo de España, las dos han sido felices hasta ahora.

La nana no quiso darme más detalles, me pidió que las olvidara y que nunca intentara buscarlas… pero yo no entendí porqué Lucía no me lo dijo, porqué no me dio la oportunidad de ser el padre de esa niña, ¿porqué me arrebató esa parte de mi vida, sin ninguna razón?
Los años han pasado y creo que el tiempo ha logrado sanar mis heridas, el único consuelo que me queda, es haberla amado y el recuerdo de ese tiempo maravilloso que dejo su huella en mi corazón y en mi vida para siempre.

Hoy al final de mi vida, lamento que nadie sepa nada de ella, que no pueda buscarla para decirle cuanto la amo y que ni el tiempo, ni nada de lo que ha pasado pueden hacer que desaparezca lo que yo siento por ella.

Pero en realidad, la vida se me va en deseos y en recuerdos, solo espero que ella y mi hija sean felices y que nunca olvide a este hombre que tanto la amó.

Angela Maria Vivas Arcila
HART-MAN
Es el año 2012, pero bien podría ser el año 2666. Mañana viernes saldrán bajo libertad condicional, los supuestos asesinos del actor Troy Hartman. ¿Sus nombres? ¿Ya no los recuerdan? Es cierto, han pasado más de cuarenta años. Una pista. Uno era un adicto al zoloft. ¿zoloft? De la familia de los prozac. Otro era miembro del Opus Dei. Y el tercero decía ser la reencarnación de Murnau.

Finalmente los tres han cumplido sus condenas. Bueno, no del todo. Al principio la sentencia era la pena de muerte. Luego, la cadena perpetua. Al final, terminaron dándoles los Estados Unidos por cárcel. La casa por cárcel.

Mañana Bryan, Lionel y Elias estarán de nuevo en las calles. Bryan está próximo a cumplir ochenta años. Sufre de amnesia de fuga (muchos creen que es sólo una patraña de su parte), sólo recuerda lo ocurrido en el verano del 68, y en el invierno del 98. Nada más. Dormido en su celda, aún no sabe que mañana volverá a ser libre. Libre. Muy pocos se acuerdan de él. Incluso los hijos de Hartman ya han muerto. Tantos años, han borrado de la memoria de muchos (incluso de la suya) a Bryan Terwilliger. Bryan ha rechazado durante los últimos catorce años que lo llamen por su nombre verdadero. Ahora dice llamarse Charles Manson.

Troy Hartman, recordado por películas como “La prendidez del señor Troy”, y “como agua para café soluble” y videos educativos como “Ariel Henault, el Silencioso Asesino” y “el hombre al que mataron demasiado (pronto/tarde) III”, tendría hoy 64 años, y estaría cantando, “Give me your answer, fill in a form Mine for evermore. Will you still need me, will you still feed me, When I'm sixty-four”. Troy, el viejo Troy. ¿Quién se acuerda hoy de él? La gente se acuerda más de los asesinos que de las victimas. Puede que sea más fácil encariñarse con ellos. That´s the way it is, the pulp fiction…Troy, nada podrás hacer para impedir que Bryan viva de nuevo.

A Bryan lo acusaron del crimen equivocado. Él nunca negó que fuera un asesino por naturaleza, pero nunca aceptó los cargos en su contra por el asesinato de Troy. Siempre dijo que no lo conocía. Y no mintió. Troy si conocía muy bien a Bryan. Su esposa lo conocía aún mejor. Bueno, eso no lo sabía Troy. El caso es que nunca le pudieron probar nada a Bryan, pero él tampoco pudo demostrar su inocencia. Simplemente había estado en el lugar equivocado, en el momento equivocado. En la cárcel vio por televisión, todo lo que ha ocurrido en el mundo en estos años. Se convirtió en un cinéfilo de tiempo completo. Se aficionó al western, y luego al cine de Hitchcock. En sus momentos de lucidez, llegó a imaginarse cómo sería escribir un guión sobre su propia vida. Una vida que se confundiría con la de Manson, y con la de Mark Chapman. Pero ya Hitchcock está muerto. Quién habrá tomado su lugar, se pregunta. Si pudiera salir, le gustaría ir al cinematógrafo, para saber quién es el nuevo Hitchcock. A lo mejor, uno de ellos, se entusiasme con su historia. No quiere romanticismos ni apología baratas sobre su vida. Quiere algo sublime y desgarrado al mismo tiempo. Algo así, como una mezcla entre un vampiro, un bebe y un pianista.
Mientras Bryan deambula por sus pasajes desmemoriados y sueña con más películas, Lionel Macclure, el último asesino de Troy se está afeitando con su vieja navaja multiusos. Ignora que le quedan pocas horas de cautiverio. Hace poco cumplió setenta y dos años (es el más joven de los tres). En el publicitado juicio por el crimen de Troy, fueron condenadas tres personas. Bryan Terwilliger, Lionel Macclure y Elías Campora. Todos negaron conocerse y conocer a Troy. El jurado los declaró culpables, -a pesar de no haber pruebas contundentes contra ellos, porque el Fiscal los convenció que de no ser encarcelados, volverían a matar, o en el mejor de los casos, matarían por primera vez-. La familia de Troy pidió la pena de muerte. El juez, presionado por la prensa y la opinión pública, los sentenció. Sin embargo, unos meses después, a todos se les permutó por cadena perpetua. Macclure fue el único que no apeló la sentencia ni tampoco solicitó nunca la libertad condicional. Es el más tímido y reservado. Sufre de caries en los dientes superiores.

A la misma hora, 7:30 am, en otra celda, Elías Campora escucha la radio. Syd Barret le habla de Joyce. Como cada mañana, se ha levantado antes que los demás presos y ha hecho sus oraciones. Ha rezado por el alma de su hermana. También le ha pedido a su dios que le quite las manchas azules que le han salido en el pecho. No sabe que hoy podría ser su último día en prisión. No sabría que hacer afuera. Hace veinte años que no recibe visitas y no sabría a quien acudir estando en libertad. Hace mucho que dejó de pensar en el mundo que se oculta tras las paredes monolíticas de su vieja fortaleza. Tiene setenta y seis años.

Si los vieran ahora, sólo verían a tres inofensivos ancianos, incapaces de cruzar la calle solos. Los hubieran visto hace cincuenta años, no se hubieran atrevido a cruzar la calle con ellos. En esa época los recordaban por crímenes como “disparen sobre la mujer del pianista”, “P de psicópata” y “tijeras calientes”. Si, los tres fueron grandes asesinos, cada uno en su estilo, pero ninguno mató realmente (o del todo) a Troy Hartman.

Hemos hablado mucho de Troy y de sus inciertos asesinos, pero no hemos dicho nada de su última esposa, Brynn Tate. Murió un poco después de Troy. Su matrimonio, estuvo marcado de principio a fin, por una simple formalidad. Se conocieron durante un casting para una nueva versión (esta vez futurista) de Bonnie and Clyde. Fue cacería a primera vista. Ya nadie podría separarlos. La película nunca fue lo que ellos hubieran deseado. Troy consiguió el papel de Clyde, pero para Bonnie escogieron a una mujer mucho más atractiva que Brynn. Ella nunca pudo superarlo. Nunca pudo perdonarle al director que hubiera preferido a otra. Brynn sentía que era perfecta para ese papel. ¿Lo era? Faye Dunaway lo fue. Dunaway, que encajaba tan bien siempre, incluso con Bukowski. ¿Brynn Tate lo habría logrado? Creo que se hubiera visto mejor en una película de Bergman: El silencio o Persona. Brynn murió hace tantos años, en su lápida puede leerse: “Fuimos en la vida, Troy y yo, sólo un crimen más sin resolver”.
Aquiles Cuervo (heterónimo)

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