El Suicidio
Heme aquí tendido en esta cama, hace cuanto, no lo sé, pero ha pasado un largo tiempo desde que me acerqué a la ventana y me dediqué a detallar el color rojizo que había tomado el horizonte, el verde de los árboles y el negro de mi vida, ¡aunque pensando un poco!, no todo fue tan negro, hubieron momentos que tomaba un tono grisáceo o vinotinto si había licor en la ocasión.
Hoy intenté matarme de nuevo, pero no aquel suicido de fotografía en periódico amarillento, con un disparo en la sien o los labios amoratados después de ingerir una pastilla de cianuro. Mi muerte es diferente, pensar en nada, borrar todo recuerdo, la mente en blanco, sin que siquiera un solo ruido me distraiga, que aparezca ella destendiendo mis sábanas o susurrando mentiras en mis oídos.
Me he matado varias veces y algunas muertes han dolido, no del todo se entierra el pasado y al resucitar viene de nuevo, golpeándome, humedeciendo mis ojos e impidiéndome el aire; anoche, por ejemplo, quise borrar su imagen de mi mente, pero me acribilló con su rostro, penetrando en mi conciencia y opacando la nostalgia.
La noche era fría, triste, monótona; una de aquellas en que ni las estrellas se asoman, su nombre como un ave voló por mi boca, su perfume de flor se impregnó en mi espacio y su fantasma pasó a mi lado, sacudiendo los instantes junto a ella y confundiendo mi alma, bailó un blues frente al espejo, pateó los libros y hasta mató a la pequeña araña que desfilaba por la pared, me impidió el sueño y se acostó a mi lado como tantas veces, juntos, (es raro sentirla tan cerca y a la vez, tan lejos de mí).
En dónde se refugiará?, qué hará?, ni siquiera me importa, que no sepa que todavía la extraño y que se convenza de que no mendigo amor; que me marché y desprendí con mucha lluvia sus caricias de mi piel.
De nada sirvió buscar otros labios, porque siempre la besaba a ella, otro cuerpo que me insinuaba el suyo, su llanura, montañas, selva, cascada.
Intenté enamorarme nuevamente, pero todo era pretexto para recordarla, herirme, brazos cruzados, mirada perdida, boca sedienta, caminar lento, ¡odio no!, talvez melancolía.
Yo fui el que inventó el color de sus ojos, que la besaba solo por beberme el sabor de su miel, que la llevaba hasta el cielo y la dejaba cabalgar en mis lunas, hasta que nos dijimos adiós y nos apartamos, aún no sé ¿qué pensé en el primer día de su ausencia?, y que estupidez el de cruzar las calles cuando no soportaba esa sensación de presencia suya metida en mi cabeza.
Ahora deseo salir a la calle y buscar compañía, una nueva ilusión, alguien que no se parezca a ella y que erradique de mí todo recuerdo; aunque sé que en cualquier momento volveré a pensar en ella e intentaré matarme nuevamente, son tantas vidas perdidas que me hace falta un nuevo sueño.
Julio Andres Chamorro Mora
No hay comentarios:
Publicar un comentario